Noviembre 18, llegó el día. El despertador empezará a sonar casi diario entre 4:00 y 4:20 a.m. En ese momento donde el sueño aún se confunde con la realidad, puedo pensar vagamente : “¿podré dormir unos minutos más?” y dudo si lograré levantarme.
Por suerte Igor también hace Travesía Sagrada Maya, entrenamos juntos y se ha vuelto una especie de “pepe grillo” que me alienta a seguir.
Apenas puedo abrir los ojos y ponerme la ropa para ir al mar. Cuando me doy cuenta, ya estoy remando, van saliendo los primeros rayos del sol.
Después de nadar, remar y correr, me alegra no tener que contarle como me fue en el entrenamiento, porque tenemos la oportunidad de sorprendernos juntos, viendo y sintiendo lo mismo, día a día.
Hacer la Travesía Sagrada Maya no es fácil y no me refiero precisamente a la preparación física, que es bastante ardua.
Hacer Travesía requiere de todo tu tiempo. Es un constante entrenar, dormir y remar, que se repite durante 6 meses, lapso que se te va, literalmente, como agua.
Igor y yo decidimos hacer nuestra segunda Travesía, 3 años después queríamos volver a cruzar el mar remando, necesitábamos ese espacio en la rutina, esa adrenalina que rompe con todo, que te hace sentir mejor. Queríamos una aventura nueva para contar a nuestros amigos en esas reuniones de viernes por la tarde y sentir que el corazón se hincha a tal grado que puedes llegar a pensar ¿que tan más feliz puedo ser?
Siempre que contamos un poco de cómo nos preparamos para cruzar de Xcaret a Cozumel remando, muchos de nuestros conocidos preguntan: ¿Porque hacen eso? ¿Están locos? y realmente nunca tenemos una respuesta concreta, sabemos que vamos juntos los 6 meses y cuando todo termina, es una sensación inexplicable.
De nuevo no necesito contarle nada, lo vivimos juntos a una o dos bancadas de diferencia, pero juntos. En ese momento de nuestras vidas, es donde sabemos que estamos llegando al límite de todo.
Ser disciplinado, puntual y optimista son cosas que te debes tatuar durante Travesía. No puedo decir que siempre uno llega de buen humor y con el optimismo a tope, sobre todo cuando te levantas a las 4 a.m. , tres veces por semana. Pero hacer travesía en pareja yo creo que es mejor que hacerlo solo. Compartes el ritmo de vida, el cansancio y algunas cuantas pomadas para curarte mutuamente los fines de semana.
No es romántico, pero es una paradoja muy buena a lo que creo que significa ser pareja, remamos juntos en la misma canoa por segunda vez, y tenemos claro que si nos caemos juntos, nos levantaremos juntos.
¡Qué paradoja! Tal vez así funciona la vida, la relación en pareja, el matrimonio que también estamos próximos a experimentar. Creo que no necesitamos charlas prenupciales, un cruce de 5 horas por el mar basta, créanme ja, ja, ja.
A veces creo que estar en medio de la nada, te hace valorar tu pequeñísima posición en el mundo y lo que te rodea. Que te acompañe tu pareja a hacer esas locuras y que además lo disfrute, hace que ese pequeñísimo lugar se vuelva especial.
Siempre he sentido conexión con el mar, es como si yo perteneciera ahí. Desde pequeña mis papás se enojaban mucho porque una vez que entraba al agua era un verdadero reto sacarme, un reto que casi siempre terminaba en llanto.
A Igor le pasa lo mismo cuando vamos a la playa. Él disfruta más acostarse bajo el sol, y yo la verdad es que no puedo dejar de estar en el agua, menos si la tengo cerca. Disfruto hasta el último minuto antes de dejar la playa.
1 semana antes del cruce
Han pasado 6 meses, de rutina, de ramadas, de esfuerzo. Esto lo escribo a una semana de cruzar. Tengo fe en que nos irá bien; como en todo voy con un poco de ansiedad, nada se tiene seguro cuando estás en el mar, sin embargo creo que estamos listos.
Mi equipo está formado por 10 personas, en su mayoría gente más grande de edad y por supuesto más sabia que yo. Agradezco inmensamente estos 6 meses de ayuda, apoyo, aliento, ánimo y paciencia conmigo y con Igor. A veces me pregunto: ¿cómo es que esta gente se vuelve tu familia en 6 meses? Creo que la respuesta está en valorar, en saber que para avanzar nos tenemos los unos a los otros, no hay truco, todos ponemos el mismo empeño.
2 días antes del cruce
He regresado a escribir aquí porque mi mente va y viene. Estoy a dos días de cruzar, la cabeza me da vueltas, sueño con remar, casi no duermo de la emoción. Empecé a tomar vitaminas para resistir, a hidratar mi cuerpo, a hacer pequeñas compras para curaciones que probablemente necesitaremos. Me siento extremadamente feliz.
También ha llegado el último entrenamiento. Mientras nadaba agradecí al mar por recibirme cada mañana, por darme olas amables para nadar, remar y para flotar cuando la respiración ya no da más. Acaricié el agua y me despedí así como cuando estás por despedirte de un amigo al que quieres demasiado.
Me tomé el tiempo para pedir por mi, por Igor, por mi equipo, por el resto de los canoeros que cruzamos; pedí ir y regresar renovados.
Estos días han sido complicados, tengo las emociones a tope. Es porque sé que todo está terminando. Es una nostalgia que me recuerda que no iré a la playa tan seguido como amo hacerlo, que los retos terminaron y que tendré que buscar nuevos, dentro o fuera del agua.
También se me hincha el corazón de saber que cruzaran conmigo dos de mis mejores amigas. No vamos juntas en la canoa, pero si en el alma, me gustaría tener un poder super especial para ver sus caras, para animarlas cuando sientan que aún falta camino por recorrer. Por suerte tienen buenos equipos y al igual que yo, están listas. Como sea, el pensamiento y la energía viajan, así que en pensamiento las abrazaré mientras cruzamos.
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Viernes: salida a Cozumel.
Transcurren las primeras horas, aún no hay sol, ya tengo puesto el atuendo, ya sé que pasará las próximas horas y tengo el estómago que parece que me tragué 100 mariposas.
No me siento temerosa pero si muy ansiosa de ver el camino que nos tocará cruzar. Todos nos abrazamos y nos deseamos suerte. A veces me siento en una película donde sabemos que iremos a una especie de guerra, una guerra interior que cada quien debe ganar para seguir.
Toca la hora de formarse, despedirse, dejar todo atrás y solo perseverar para llegar. Damos las primeras remadas y vemos que nos alejamos de la orilla. En mi cabeza solo hay una película en “loop” con los rostros de mi familia, mis mascotas y mis amigos; unas imágenes de mi casa vacía y luminosa como cada mañana y poco a poco me deshago de mis miedos: el corazón empieza a latir y no puedo evitar sonreír.
Horas después se pinta la orilla que nos recibe; y solo puedo pensar: “gracias, estoy aquí, estoy viva, sana y mi equipo también” . Llegó la hora de dejarse ir, de soltar sentimientos, de romper en llanto, de sentir y de abrazar con dos brazos como poco lo hacemos a causa de la rutina. No existe el tiempo, el cielo sabe que llegamos, nos recibe con un halo casi irreal. Dios está ahí.
Festejamos, reímos, y compartimos anécdotas, dolencias y tips para recuperarnos, nos queda descansar, asimilar y festejar la primera parte.
Sábado: regreso a casa.
No hemos levantado temprano y ya tenemos los atuendos listos de nuevo. Nos subimos a las canoas y nos repetimos un constante: “vamos a casa juntos”, porque ninguno está dispuesto a quedarse atrás o dejar a alguien a la deriva. La promesa al salir era: “nos vamos juntos y regresamos juntos”, nadie se atreve a romper aquello que jura con el alma.
Vamos remando, Cozumel entre aplausos y múltiples alientos nos despide, el sol sale y las olas también nos abrazan, nos piden paciencia para avanzar. Cada uno de nosotros, estoy segura, piensa en el momento de abrazar a su familia.
Vuelve la película a mi mente: mi familia, mis amigos, mis amigas que van cruzando el mar también e Igor, aunque no pueda verlo porque va bancadas atrás. Se va pintando de nuevo la orilla, escuchamos los gritos de mucha gente que se convierten en inyección de energía para aguantar hasta llegar. Las lágrimas se asoman y las dejo fluir porque ese tipo de emociones no se pueden contener de ninguna manera.
Abrazo a mi equipo y les doy la gracias. Busco a mi familia para soltar toda la emoción que me acompañó 60 km en dos días; y por último a mis amigas, que están igual de emocionadas que yo.
Como nunca antes en la vida, he valorado la compañía de Igor y de mis amigas en cuanto tocamos tierra, nos hemos abrazado de tal manera que parecería que el mundo se detuviera. Hemos llorado juntos y nos abrazamos agradeciendo, no sólo la experiencia, sino la vida misma que nos ha permitido romper con nuestros propios miedos, para mostrarnos a nuevo “yo”, que no conocíamos antes.
Sin duda ambos cruces fueron un regalo, el mar sabía que estábamos ahí y el cielo también. Cada quien iba en su canoa, pero estoy segura de que todos íbamos con el mismo corazón, éramos 360 canoeros aproximadamente y sin embargo en alta mar nos volvimos uno solo.
Estoy segura que volveré a estar ahí, volveré a sentir esa emoción, tal vez más.
Agradezco muchísimo a mi equipo por no desistir, por convertirse en mi familia, por apoyarnos y lo mejor: irnos juntos y llegar juntos.
El día después.
Me levanté por la mañana, nada me dolía, el alma estaba muy en paz, mi cabeza y mi corazón estaban aún con el sentimiento de la emoción. Me preparo para una nueva rutina, para nuevos amigos, para nuevas experiencias, pero nunca lejos del mar.
¡Estoy lista para la aventura que sigue!