En México, la brecha de género existe y es uno de los problemas sociales más crudos y violentos por los que atraviesan miles de mujeres a diario en el país.
Las marchas, las pintas y las consignas retumban como ecos de voces que buscan justicia cada 8 de marzo no solo en calles mexicanas, si no en el mundo entero.
Para ser sincera, yo nunca había estado en ninguna marcha, de ningún tipo, ni por una causa en específico.
Nunca había sentido la necesidad real de ir y manifestarme; de gritar y de exigir un cambio. Tal vez por los privilegios de los que gozo, tal vez porque nunca me ha tocado vivir de cerca alguna tragedia y espero que nunca sea así; tal vez porque estaba tan normalizado en mi vida el acoso, los silbidos, las frases asquerosas que te gritan en la calle; y por que de alguna manera, estando “oculta” me sentía más segura.
El 2020 empezó con historias tristes de mujeres y niñas que fueron víctimas de feminicidio. No es que antes no pusiera atención a estas historias, pero este año fue distinto. Cada historia retumbó en mi mente durante días, soñé con ellas, me sentía impotente, pensaba en mí, en las mujeres de mi familia, mis amigas y sólo imaginaba qué podría hacer si alguna de ellas o yo nos encontráramos en una situación así.
Mi respuesta siempre fue, salir a gritar, buscar respuestas, no detenerme, exigir justicia, y fue entonces cuando me di cuenta de que no podía seguir estando “oculta” por tener miedo.
Hablando con una amiga sobre feminismos, nos dimos cuenta que una vez que explota esta “tacha” y te cuestionas todo lo que conoces desde una visión feminista no hay vuelta atrás.
Platicamos sobre asistir a la marcha en nuestra ciudad, sobre qué cuidados debíamos de tener, y pareciera que nos preparábamos para ir a la guerra en lugar de ir a exigir que nuestro problema de género fuera visible ante las autoridades.
Para ser sincera, jamás olvidaré ese día: cada consigna gritada, cada hermana caminando; sabíamos que no estábamos solas, pero sobre todo que no lo estaríamos nunca más, y sobre todo que si tocan a una, responderemos todas.
“¡Alerta, alerta, alerta que camina… la lucha feminista por América Latina!”
Salimos con nuestros pañuelos morados y verdes, dispuestas a demostrar todo nuestro enojo y desacuerdo con la ley que nos deja en desventaja. En lo personal, pensé que seríamos unas cuantas, tal vez cientos…y resultamos ser miles, exactamente 5 mil mujeres gritando por nuestros derechos, visibilizando la opresión de un estado patriarcal que nos reprime y que también se aprovecha de nuestras desventajas, en una sociedad donde los hombres en pleno siglo XXI nos siguen viendo como seres humanos de segunda clase.
Entre consigna y consigna una que otra lágrima se asomaba, pensaba en todos los años en los que falté a exigir justicia por el miedo. Debo decir que nunca me sentí más acompañada y segura en la calle que ese día.
Tardé mucho en escribir este blog, hay cosas que me toman tiempo asimilar, sobre todo las que me tocan el corazón y se quedan en mi mente.
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“Ni una más, ni una asesinada más”
Estuve caminando algunas horas, y veía la cara de muchas mujeres, sabía que estábamos compartiendo el mismo sentimiento, que todas en algún momento de la marcha pensábamos: “Ojalá después de esto todo cambie”; y la verdad no es que lo hayamos conseguido todo: faltan muchas batallas que pelear, muchos derechos por obtener, brechas que eliminar y justicia que exigir; pero si yo salí este año a marchar y muchas de nosotras perdimos el miedo a salir a gritar para exigir lo que la sociedad nos arrebata, estoy segura de que cada año, seremos más.
“Señor, señora, no sea indiferente, se mata a las mujeres en frente de la gente”
Creo que también es necesario respetar, desde cualquier feminismo que se practique, la ideología de cada una de las mujeres que luchan y ser conscientes de nuestros privilegios para poder ayudar a las mujeres que carecen de ellos.
Pero sobre todo ser empáticas entre nosotras, si una de nosotras avanza, entonces avanzaremos todas.